“Sin embargo, si ustedes no me escuchan ni ponen por obra todos estos
mandamientos, y si rechazan mis estatutos, y si sus almas aborrecen mis
decisiones judiciales de modo que no ponen por obra todos mis
mandamientos, al grado de violar mi pacto…” (Levítico 26:14-15)
Rashí comenta acerca de “violar mi pacto” que incrédulos, agnósticos, descreídos, nihilistas, apóstatas, heréticos e impíos desfilan por siete faltas. Cada una arrastra a la siguiente. Si no estudió, no practicó. Si no cumplió desprecia a quienes sí lo hacen. Si repudia a los observantes, odia a los estudiosos, si lo hace, intenta evitar que otros obedezcan y niega los preceptos y así reniega de lo fundamental.
Esa escalera que desciende hacia profundidades no deseadas, es similar tanto en cuestiones divinas como en las humanas.
La ruptura de la sucesión lógica de la conducta humana, conlleva la quiebra del orden necesario. El error provoca la distorsión, inadecuación o improcedencia en un proceso. Pero, dondequiera que haya proceso es posible el error. En tal sentido, el error lo encontramos también en aquellos fenómenos que comportan cambio. Pero, hay tropezones que se deben a la ausencia de acatamiento a las normas más elementales. Esos son difíciles de corregir. El caos verbal basado en falsedades se traduce en oscuridad de las ideas. Si las ideas se confunden, las acciones son equívocas. El "error" como resultado, en el sentido de engaño o encubrimiento voluntario de la verdad, es el peor.
Dice la Guemará en el tratado de Sucá 52 a: “dijo rabí Iehuda, en el futuro el Eterno presentará al instinto de maldad ante los justos y ante los ignominiosos. Los justos lo verán como una montaña altísima y los ruines lo verán tan delgado y frágil como un pelo. Y todos, los justos y los malvados llorarán al verlo... Los misericordiosos llorarán diciendo: salimos triunfadores ante un gigante, y los malvados dirán: ¿cómo no pudimos someter a este simple cabello?”
El piadoso al enfrentarse ante la prueba de una falta, sabe que la misma es solamente el inicio de su rodar hacia el precipicio. Una incorrección arrastrará a otra. Como aquel buen ingeniero que sólo se equivocó en la primera ecuación y construyó el puente que derrumbó el primer viento, o el avión cuyas ventanas explotaron provocando su caída.
Para los perversos, el instinto de la maldad se parece por su aparente fragilidad a una fibra. Pero, esa hebra, ya fue comentada por el profeta en Isaías 5:18 “¡Ay de los que tiran hacia sí el error con sogas de falsedad, y el pecado como con cuerdas de carreta!”. La autosuficiencia de quien se permite ser incrédulo ante verdades que tiene frente a sí, le lleva a minusvalorar las dificultades hasta convertirlas en algo frágil y aparentemente fácil de manejar. Pero…, es esa autosuficiencia que rechaza ayuda externa, apoyo, o interacciones de ningún tipo, la que impide evitar los obstáculos que la vida presenta ante los seres humanos. Más lógico sería tener un poco de humildad y relacionarse con cada obstáculo como insalvable. Es la mejor manera de salvar la existencia.